Lo primero de todo es conocer el significado de este término que seguro todos hayamos oído alguna vez pero no sepamos definirlo con exactitud. “Procastinación” es una palabra de uso frecuente, aunque la Real Academia Española lo considera inválido y en cambio, indica la utilización de procrastinación. Se trata de la tendencia y el resultado de procrastinar, es decir, de demorar, retardar o retrasar algo. Por lo tanto consiste en aplazar el cumplimiento de una obligación o el desarrollo de una acción.
Como nos gusta estar documentados cuando hablamos de algo, hemos encontrado en la red unas declaraciones de un profesional del tema que pueden aclararnos bastantes cosas.
Seguro que muchos conocéis la sensación. Varios correos sin leer en la bandeja de entrada, trabajo que se acumula por momentos, un informe que aseguraste que entregarías dentro de una hora y ya han pasado dos… También te has comprometido a recoger a los niños de las extraescolares. Una situación, la de procrastinar o, lo que es lo mismo, la de aplazar las cosas, muy habitual entre el común de los mortales, tal y como aclara Rhett Power en Inc.com. ¿Quién no ha dicho en algún momento dado “lo haré más tarde”?
En su artículo, Rhett se plantea por qué lo hacemos. ¿Por qué nos ponemos a nosotros mismos al límite, con un montón de trabajo extra, para prolongar aquello que al fin y al cabo es inevitable? El hecho de aplazar las cosas, en palabras del autor, “podría ser algo que hacemos de manera inconsciente, a través de las conexiones neuronales que alberga nuestro cerebro”.
Según una reciente investigación publicada en el Journal of Research in Personality, algunos “dilatadores crónicos” están tan acostumbrados a aplazar las cosas en el tiempo que el hábito ya se ha convertido en un rasgo más de su personalidad, una costumbre que se acrecenta, asimismo, con otras actitudes habituales del sujeto. La investigación refleja, asimismo, que la dilación de las cosas no tiene nada que ver con un currículum académico o profesional determinado, ni es una cuestión de inteligencia, una noticia reconfortante porque significa que, de la misma manera que cualquier persona puede verse abocado a procrastinar en un momento dado, todos somos capaces de dejar este vicio que tanta factura puede acabarnos pasando en nuestro día a día, personal o profesionalmente hablando.
¿Cómo podemos ganarle la batalla a la costumbre de procrastinar? Rhett Power nos sugiere un par de métodos científicamente probados:
- Ponte manos a la obra cuanto antes. Empezar es la parte más difícil para aquellos que ven el hecho de procrastinar como una salida recurrente, así que una vez que nos lancemos y mantengamos ocupada nuestra mente será más difícil escurrir el bulto. Tal y como defiende el efecto Zeigarnik, somos más propensos a completar una tarea una vez que tomamos impulso y… la única manera de coger impulso es empezar a andar.
- No temas las tareas más grandes o complejas. Cuando debemos acometer varias tareas, otro de los problemas que surgen es determinar por cuál vamos a empezar. Lo fácil sería aparcar momentáneamente las tareas más complicadas porque son las que más tiempo presuponemos que van a robarnos, pero… no hay que procuparse: Rhett afirma que hay un sencillo truco para superar ese primer momento donde creemos que no seremos capaces. Si debemos enfrentarnos a una gran tarea, lo mejor es descomponerla en pasos más pequeños. De esa manera, nos es más fácil comprometernos -y salir airosos- de dos o tres pequeñas tareas que de una macrotarea que ya nos atemoriza de buen principio.
Y tú, ¿te sientes indentificado?
Fuente: equiposytalento.com
Foto: es.slideshare.net